El Editorial Digital

 

 

 

 

 

23 septiembre 2005

| La ‘chavización’ del poder o por qué creo que Rodríguez ha matado la esperanza |


@ Federico Quevedo (www.elconfidencial.com)



No sería sincero si no les reconociera que estos días hace mella en mi una cierta melancolía, producto de la cual, como le ocurría a Fígaro en sus paseos por las calles de Madrid, la ciudad se me apetece como un gran cementerio en el que las máquinas de Ruiz-Gallardón cavan los nichos, donde cada calle es el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo. Y no es esto consecuencia de la megalomanía urbanística del señor alcalde, por mucho que quiera dejar la capital más bonita que un San Luis a costa del sufrimiento universal, sino del convencimiento cada vez más insondable de que lo mucho que hemos ganado en años de lucha por la libertad corremos el riesgo de perderlo, de dejar que se escabulla entre los dedos de nuestras manos como la fina arena de una playa, por la culpa consciente de un presidente adicto a los modos del absolutismo y el absentismo de una multitud indiferente a todo.
Rodríguez se hace fuerte en la contrariedad. Mi admirado Raúl del Pozo me lo describía el miércoles de forma concisa, como debe ser: “El PSOE está dividido de muerte y el PP hundido”, y sobre ese vacío nuestro Chávez particular se crece, porque la adversidad que le rodea hace fuerte su ímpetu intervencionista y autoritario, su afán disgregador, su ansia rupturista, su alma iluminada por un historicismo ramplón y pendenciero. Si a eso se agrega que la acera de enfrente –y no lo interpreten, por favor, de forma retorcida- se ha convertido en un reino de taifas, el espectáculo de nuestra política nacional no puede ser más dantesco. Mariano Rajoy es un político inteligente, de principios, y con una cabeza muy bien amueblada sobre los hombros. Lo digo como lo creo. Pero adolece no sé si de una cierta indolencia o de un exceso de galleguismo, lo que le llevan a presentarse como un bombero apagando fuegos en lugar de un timonel empuñando con mano firme el timón de su nave.
Y no es baladí que haga este comentario, porque el fortalecimiento de una democracia exige la presencia constante y consistente de una alternativa en la que confiar nuestro futuro y nuestro caminar en libertad, aunque sea para recorrer caminos que no conduzcan a ninguna parte y hacerlo con los pies destrabados para andar todo cuanto nuestras fuerzas nos permitan. Y, en esa tesitura, darle armas al enemigo se antoja un tanto inocente por más que quiera venderse como un ejercicio de coherencia, sobre todo cuando la coherencia puede ejercerse sin necesidad de hacerse la foto a las puertas del Tribunal Constitucional.
Rajoy ha nadado estos días en las turbulentas aguas de un error tardío (“¡si se hubiera hecho en junio, otro gallo nos hubiera cantado!”) y la necesidad de dar fe de su mando en plaza frente a quien esconde su ortodoxia moral tras una supuesta ‘progresía’ que no es más que juego sucio en un tablero de ajedrez en el que el rey parece que no manda y no hay reina que le cubra las espaldas. Con ese telón de fondo, el Gran Teatro del Mundo y su representación nacional se vuelve tragedia en la que el protagonista, Rodríguez, parece dispuesto a privarnos del privilegio de nuestro destino, aunque éste sea llegar a la nada por entre ríos de sangre, pero hacerlo con la libertad de caminar, porque tan esclavo es el que caminar no puede, como aquél a quien fuerzan a andar cien leguas en un día.
Quiero decir que Rodríguez ha hecho del ejercicio del poder una ambición personal en la que igual para los pies de quienes ejercen la discrepancia mediante el abuso –tan primitivo como la política- de la difamación y la mentira, como nos hace tragar con ruedas de molino y caminar con los pies trabados por los senderos de su particular visión de lo que es España y en lo que quiere convertirla. El inquilino de la Moncloa carece de lo mismo que aprecio en el líder de la oposición, y el segundo, por su parte, de ese instinto asesino que el primero ejecuta con despiadado talante y que le convierte en alma gemela de los líderes revolucionarios latinoamericanos, tal cual Chávez o Daniel Ortega, el próximo a quien veremos gozar de los favores de nuestra diplomacia casposa y bananera.
El drama escrito por Rodríguez con letras falaces no deja de ser un contrasentido, un insultante sofisma. Ni es posible otra nación que la que años ha construimos a fuerza de perder muchas vidas en la defensa de la libertad, ni es ético ni moral ceder al chantaje de quienes han hecho del sufrimiento ajeno y de la muerte una forma de vida, ni es democrático ambicionar el control de lo público y lo privado sin que se resientan las estructuras más firmes del Estado de Derecho, ni es propio del buen Gobierno ejercer el poder mirando sólo a los intereses de las minorías. He venido trayendo a Fígaro como fuente de inspiración, y temo, como él, haber encontrado en el corazón otro sepulcro: “¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!”.




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1 Comments:

Blogger Haters said...

Zapatero es el mejor presidente que hemos tenido desde hace mucho tiempo. La única pena es que ahora los socialistas ya no promueven la quema de iglesias, como en la época de la República.

Viva Polanco y la SER!

AGUR

2:10 a. m.  

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